Hacer nada... (en particular)
“El
sabio aprende a desaprender,
Volviendo
sobre el camino que la masa desaprueba;
Y
adhiriéndose a la espontaneidad de los seres,
No hace
nada”.
LaoTsé[1]
El texto que sigue es
el fruto, por un lado, de diversas y anárquicas experiencias desarrolladas
sobre todo entre 1992 y 1998 en diferentes ámbitos: sesiones individuales, de
pareja y de grupo; talleres, seminarios, algunas conferencias, grupos de
formación y otros. Y sobre todo, en cuanto a sistematización se refiere, el
resultado de un grupo específico de dos años (1999-2000) al que convinimos en
llamar “Grupo de Mayores”, una especie de post grado muy sui géneris con
terapeutas ya formados y gente muy currada en trabajo personal, un grupo sin
programa y sin tarea preconcebida, en donde los participantes tuvieron la
confianza y la valentía de embarcarse. Quiero dar las gracias a todos los que
participasteis, sufristeis y gozasteis de esa experimentación y de las que la
precedieron y acompañaron. Como dice Llach, “Sou vosaltres els que heu fet del
silenci (inici de) paraula”
Las
líneas que siguen quieren ser, así pues, un intento de elaborar algunos
aspectos (de nuevo matizando matices de una frase... ¡qué le vamos a hacer¡) de
la expresión “hacer nada”. Trato de ir más allá del sentido popular o directo
de la locución que la haría equivaler en general a “no hacer nada”. Sentido con
el que no acabo de estar de acuerdo del todo ñ yo tampoco - como ya anunciaba
en un capítulo anterior y se verá a continuación.
En
principio, podríamos decir que hacer nada es imposible. Empecemos por ahí. En
el sentido literal de la frase uno siempre está haciendo algo, aunque esté
inmóvil y aunque esté quieto; aunque no haya una acción, aunque no haya
movimiento. Porque aunque estemos inmóviles estamos pensando, estamos
sintiendo, estamos en babia, in albis, “en blanco”, estamos... Así que de
entrada decir que, en el sentido directo de la frase... Le comentaba a mi hijo,
con 11 años en aquel momento, el título del texto en el que trabajaba y me
decía: “Eso es imposible, papá”. Tenía razón, creo.
Bueno.
No sé si imposible, pero me parece tremendamente difícil hacer nada también en
el sentido no literal de la expresión. Es decir, yendo al final, a la
conclusión del asunto antes de intentar abordarlo por diferentes lados, yo creo
que hacer nada sólo lo consiguen los maestros, los maestros de trabajo interior
o los maestros espirituales, o los maestros de cualquier profesión que han
amaestrado su oficio de tal manera que consiguen un hacer que es nada en
particular. Y éste es ciertamente uno de los primeros sentidos que debería ir
con el titulo. De ahí la coletilla que sigue a los puntos suspensivos en él. Se
debería llamar en realidad hacer nada en particular, en lugar de hacer nada.
Hacer
nada, así pues. Una cosa muy extraña, muy poco frecuente, muy difícil de ver o
de compartir, una rara avis. Dicho esto, lo que voy a intentar como decía, es
entrar al asunto por diferentes aspectos, como si uno fuera metiendo cuñas o
falcas en la tierra para aguantarla mientras vamos cavando y accediendo al
agujero central donde anda la veta que buscamos... o al propio agujero.
1. Hacer nada vs. No
hacer nada
En
primer lugar creo, como anunciaba, que hacer nada es diferente de no hacer
nada. No hacer nada entraña, por su propia construcción sintáctica negativa
[“no...”], una actitud de evitación, de huida, de contención, de represión, de
aguantar algo ñ la acción en este caso - que no está presente en lo que
entiendo como hacer nada. Hacer nada en cambio sería lo que alguien puede
conseguir ñ si lo consigue - cuando deja de intentar tanto hacer algo en
concreto, como no hacer nada. Al mismo tiempo, simultáneamente, atendiendo a
ambas cosas a la vez.
Un
ejemplo que me parece ilustrativo tiene que ver con las fases de trabajo con el
carácter en el eneagrama según el enfoque de Claudio Naranjo. Una brevísima
introducción a ello para quien no conozca el asunto, aunque he venido
abordándola con diferentes paráfrasis en capítulos anteriores. Vamos de nuevo a
otra de ellas por un instante.
La
idea es que hay un carácter, una máscara, una armadura, un personaje interno
que se ha ido desarrollando en la niñez, y que se constituye en una especie de
tirano interior que nos hace actuar más automáticamente de lo que creemos. En
la manera de verlo del eneagrama hay 9 tipos fundamentales. Aunque es algo
aplicable a muchas maneras de entender el proceso terapéutico, sino el proceso
vital, me parece que las fases que según el trabajo del doctor Naranjo aparecen
ahí, ilustran significativamente uno de los aspectos principales de ese hacer
nada. Así que a ello me referiré.
Cuando
en el proceso de auto-conocimiento nos encontramos con el carácter, es decir,
con la personalidad entendida como prisión, con el conjunto de maneras que uno
ha decidido (falsamente) “ser” - con la neurosis entendida como un conjunto de
pensamientos, emociones, acciones, actitudes y comportamientos que son
automáticos y, muy particularmente, que se nos escapan de las manos - hay una
primera fase en el trabajo terapéutico, de auto-conocimiento o de Trabajo
Interno (Fase I) en la que se suele recomendar precisamente no hacer nada (con
ello): observar los pensamientos que surgen, las emociones que nos suceden, lo
automático de las acciones que aparecen y que hacemos, y simplemente
registrarlas. Digo que ahí sería no hacer nada porque la actitud, la propuesta,
es no oponerse. No hacer nada... más que registrar.
Pongo
un ejemplo. Supongamos que frente a una confrontación, es decir, a un
enfrentamiento, a una discusión, alguien se encuentra con que siempre ríe ñ “
ja, ja, ja “ - Es algo que siempre ocurre, u ocurre frecuentemente o muy
frecuentemente y, muy especialmente, que sucede más allá de mi propio control.
Entonces, ahí el trabajo de no hacer nada sería por ejemplo: “Día 19 de
febrero, 20.30 horas, me cabreo con fulanita y en lugar de decirle que estoy
cabreado, río ñja, ja”. Registro sin intervenir. “21 de febrero, 9,15: En el
trabajo mi jefe me pega una bronca injustificada y yo, en lugar de decir lo que
pienso, digo ja, ja y despisto”. Registro sin intervenir. Etcétera.
La
actitud es de no hacer nada más que registrar y poner atención en aquello que
está ocurriendo y que voy viendo que es repetitivo. Entonces nos solemos encontrar
con que hay una serie de pensamientos o iconos fijos, de emociones y
sensaciones que se repiten y de acciones o actitudes que suceden una y otra
vez. La actitud de no-intervención y el registro minucioso y continuado
permiten ir viendo cuáles son en concreto en cada persona y cómo se
manifiestan. El shock emocional puede ser profundo y debe ser clínicamente bien
acompañado. Si no, es posible encontrarse con consecuencias “desagradables”, es
decir que nos van a requerir más trabajo como terapeutas o acompañantes, Y existe el riesgo de malgastar el tiro,
según mi experiencia, de desaprovechar un poderoso instrumento por un error de timing.
Hay
una fase siguiente del trabajo (Fase II) que es lo que se suele llamar la
guerra santa. Concepto confuso en nuestros días, mal y muy interesadamente
utilizado. Guerra Santa entendida como Santa Guerra, como una guerra interior,
una guerra contra el propio ego - “Donde dije Diego digo Ego” dice Aute en sus
Poemigas[2] - no
entonces como una guerra contra el otro, ni contra el mundo, ni por supuesto
contra los “infieles que no comparten mi delirio”. Ahí la propuesta es
enfrentarse a, luchar contra y, digamos, el esquema sería: “cuando me encuentre
con fulanita, y ocurra aquello, en lugar de reír voy a dejar de reír”. (¡Glups¡)
Ahí
nos ponemos a hacer algo contrario al propio automatismo, por lo tanto hay una
actitud de ir en contra de o de luchar contra eso que pasa dentro de nosotros y
que se nos va de las manos. Eso que siempre se repite, “eso que - hasta que
empecé a verlo de otra manera o a sospechar que podría ser de otra manera -
creía que era yo”. Entonces, bueno, si en la primera fase era no hacer nada,
ahí es ir contra, es intentar cambiar las actitudes automáticas.
Y
hay una tercera fase (Fase III) que, tal como yo lo veo, corresponde a ese
primer giro semántico de la expresión hacer nada, en el que la cosa es que ya
no importa tanto si me río o me dejo de reír, si me cabreo o no me cabreo. Sino
que fruto de todo ese trabajo realizado, primero de observación y después de
ponerse frente a, si me río me río de otra manera, porque me río con la
conciencia más clara o más intensa o más global, en definitiva más propia, de
que me estoy riendo. Y si no me río también está bien porque actúo con la
conciencia de que no me estoy riendo. Me percato de ello.
Entonces,
digamos que “nada” se referiría aquí mas bien a eso: “Cualquier cosa que haga
es oportuna porque detrás hay un camino que me ha permitido ver aquello para lo
que estaba programado, la salida de esa desprogramación y entonces puedo ir por
aquí, o puedo ir por allá”. Lo importante, además del eventual cambio
comportamental, es la calidad de atención, y ahora propiamente de Atención, que
ha surgido con todo ese trabajo y que suele ser cualitativamente diferente.
Así
pues ese hacer nada desde este primer prisma se refiere a que ya no importa
tanto tantísimo que tome una opción o que tome otra. En la primera fase (I)
somos prisioneros de un automatismo, del automatismo del (inevitablemente)
hacer, pensar, sentir... de una manera determinada; y en la segunda fase (II)
somos prisioneros de la guerra contra el automatismo, del surtout pas, del por
nada del mundo hacer, sentir, pensar aquello, dicho hiperbólicamente. Así pues,
en ambos casos somos prisioneros. Ambas fases tienen aspectos positivos y
negativos, digamos. Entonces podríamos decir que esa tercera etapa de hacer
nada se caracteriza porque hay mayor libertad, porque ya no es tan fundamental
el tipo de reacción que tengamos. Porque lo que importa, repito, es la
conciencia que hemos desarrollado en ese proceso. Es el multi-repertorio de
conductas posibles por verdaderas y por nuevas, y su pertinencia ad hoc, lo que
sustenta nuestra mayor libertad interna.
2. Hacer nada y
no-apego.
En
ese hacer nada hay también un paralelismo con el joker del póker y con el
comodín de la baraja ( de la Baraka...) española, en el sentido de que es
posible poder ocupar no importa qué lugar, porque todos los lugares que ocupo
son parte de mí, porque he aprendido a ser cada uno de esos yoes ( cartas,
aspectos, Arcanos) diferentes. Y, claro, el paralelismo se extiende y encuentra
plenamente al Loco del Tarot. El “Arcano sin Número”(¡), el Cero. Recordemos
aquí el “lo” y lo neutro del capítulo anterior. Pero el Loco es “Le Mat” en el
provenzal original, que también es el tonto, el memo[3] (¡),
el estúpido en el sentido del Nasrudin sufí: el inocente, el in - nocente, el
que no tiene daño que hacer, el que no es nocivo, el que está tan vacío y tan
limpio que puede ocupar cualquier lugar. Es decir, el que puede ocupar aquello
de la propia identidad que no es un lugar que, en realidad, (también) soy (yo)
Así
que también hacer nada se refiere, me parece, a no apegarse excesivamente a la
forma de algo. Ese nada sería lo que tienen en común las diferentes formas, que
son diversas, pero que guardarían un punto en común, si uno es capaz de
percibirlo desde ciertos estados de conciencia. Es entonces poder “ver” ese
punto común, ver esa unicidad en la multiplicidad, lo que creo que permite que cualquiera
de las opciones puedan ser más factibles, más adecuadas o eventualmente más
pertinentes.
Dice
Schopenhauer, el “apasionado y lúcido Shopenhauer”, como le llama Borges:
“Quien
me oiga asegurar que el gato gris que ahora juega en el patio, es aquel mismo
que brincaba y que traveseaba hace quinientos años, pensará de mí lo que
quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro (...)
Destino y vida inmortal quiere la leonidad que, considerada en el tiempo, es un
león inmortal que se mantiene mediante la infinita reposición de los
individuos, cuya generación y cuya muerte forman el pulso de esa imperecedera
figura. (...) Una infinita duración ha precedido a mi nacimiento, ¿qué fui yo
mientras tanto¿ Metafísicamente podría quizás contestarme: [Yo siempre he sido
yo, es decir, cuantos dijeron yo durante ese tiempo, no eran otros que yo]”[4]
Volvamos
al ejemplo. En el caso que he comentado (el de la confrontación), sería reírse
a propósito pongamos por caso. Ya no es una risa que me sale y se me lleva,
sino que hay una posición de: “Ah, voy a hacer lo que he hecho siempre pero de
otra manera”; y el hecho de ponerle intención al asunto ahí... cambia la cosa.
O: “voy a enfadarme mucho, o voy enfadarme poco, o voy a pasar del asunto sin enfadarme
ni reírme, o voy a darle las gracias (pero de verdad, o de mentira clara...) a
la otra persona, o...” Con la atención puesta entonces en que, en realidad, son
formas diferentes de algo que tienen en común: el punto en que me puedo sentir
yo en cada una de esas maneras. Y ahí la cosa cambia, insisto. Cambia bastante,
vamos... Recordemos aquí lo que decía Lacan, retomando algo del primer
capítulo, de que el asunto principal o más nuclear de la angustia, elemento
constitutivo del mortero de toda patología, no fuera la fantasía de castración
sino la de fragmentación. Aprender a ser eso que une los fragmentos es una
especie de seguro de fragmentación, o de desangustia en la fragmentación.
Otro
ejemplo de este asunto de la forma y del nada, sería el tema de las decisiones.
A veces nos encontramos en la vida con un subidón de ansiedad o de pánico
porque nos parece que tenemos que decidir algo ( mejor dicho, decidir ¡ya¡...)
Por ejemplo conservar o dejar una relación, tomar este trabajo o tomar el otro,
cambiar de casa, quedarse en este país o irse a otro, ir por aquí o ir por
allá... …ste me parece que es uno de los casos en los que nos dejamos atrapar ñ
comer - por la forma en que se presenta el asunto. De tal manera que el mapa
interno es, sobre todo cuando sube la angustia, que hay una decisión buena y
una decisión mala. Porque, entre otras cosas, decidir es una manera “excelente”
de quitarse la angustia de encima, y eso es maravilloso. Y, algunas veces,
estoy pensando en casos que he tratado en la consulta, que de acertar la
decisión depende mucho el resto de mi
vida ( por ejemplo en el caso en un carácter pasivo-femenino, oral pasivo, o
eneatipo 7 según diferentes taxonomías) Incluso en casos exagerados - estoy pensando
en otro paciente en concreto - es como
que si acierto en la decisión ya no voy a tener nada más que hacer ya... o en
la vida, y si fracaso en la decisión todo está perdido. Entonces ahí el hacer
nada ¿qué sería?
Bueno,
pues sería desvelar el engaño. Poder ver el asunto como que no hay una decisión
buena, completamente ok, y una decisión mala, completamente no-ok. En primer
lugar porque no suelen haber sólo dos opciones visto el problema “primmiradamente”[5], con
mirada ajustada, cosa que sí suele ocurrir cuando algo lo subimos a la cabeza y
la cabeza ( hemisferio izquierdo) lo secciona ñ para esto está... - y lo divide
en: o esto o aquello. Cuando podemos aplicar una atención más integral nos
damos la posibilidad de ver que hay diferentes matices entre ambas opciones.
Pero sobre todo eso lo podemos ver cuando nos ponemos también en la posición
de, por ejemplo: “ambas opciones son ok, ambos caminos son posibles y no es que
haya una decisión buena o una decisión mala absolutamente, sino que esta
decisión es como estar en una bifurcación de caminos - que ya no es bifurcación
porque se ha ampliado el repertorio hacia una multifurcación - y podemos ver
que es una cuestión de grados, que ambas opciones o todas las opciones o las
varias opciones son ok para mi... si yo me abro y amplío así mi identidad”.
Algo así como: “En este camino me voy a encontrar con esto a favor y con esto
en contra, voy a ganar esto y voy a perder aquello, probablemente me encuentre
con tal tipo de cosas y me desencuentre con tal tipo de otras. Y en la otra
opción me voy a topar con esto a favor y con esto en contra, va a implicar
mayor dosis de esto y menor dosis de lo otro; pero que por lo tanto lo
importante no es la decisión que tome sino el que siga en contacto con eso que
me voy encontrando, sea lo que sea”. Entendiendo que son opciones que me van a
llevar a consecuencias y a posibilidades diferentes y diversas.
Entonces
la cuestión deja de ser tan obsesivamente ese “hacer aquello, o morir”
(exagero, claro) y en ese sentido lo llamo hacer nada, o hacer nada en particular.
Puedo ir por aquí o puedo ir por allá, porque de ambas maneras soy yo.
Otro
matiz, que quizá ya conocerá el lector, es lo que Perls llamaba “nothigness” o
capacidad de ser nada, o cualidad de la nada (vuelvo a una cita tantas veces
utilizada) Decía Fritz:
“La
filosofía de la nada - nothingness - es
muy fascinante. En nuestra cultura la nada tiene un significado distinto al que
tiene en las religiones del este. Cuando nosotros decimos nada, hay un vacío,
algo semejante a la muerte. Cuando una persona del este dice nada la llaman
“ninguna cosa” - no thing ness - no hay cosas ahí, hay únicamente proceso,
transcurso. La nada no existe para nosotros en sentido estricto porque la nada
está basada en el darse cuenta de la nada, con lo que hay darse cuenta de algo
y luego, hay algo ahí. Encontramos que al aceptar y penetrar ese nada, el
desierto empieza a florecer, el vacío se hace vivo, se llena. Nada equivale a
real, verdadero”[6]
Esa
capacidad de ser nada - esa nadiedad, o
nadeidad - sería en mi opinión uno de los fundamentos del estado saludable. De
eso ya hablé en mi primer libro, al que me he venido refiriendo[7], pero
me gustaría redecirlo aquí ya que tiene que ver con el tema que nos ocupa.
Digamos que hace nada quien puede ser nada, y puede ser nada quien se desapega
de la forma de ser. Quien aprende a sentirse ser en cualquiera de las formas
posibles (de ser); es decir, de ser yo o de ser un@ mism@.
Resumiendo,
el asunto es que - como ya sabrán seguramente la mayoría de los lectores -
cuando nos formamos como personas, vamos formando la identidad, además de por
factores genéticos, por respuestas al y del ambiente; y según lo premiada o
castigada, lo reforzada o inhibida que encontremos tal actitud o tal conducta,
vamos decidiendo: “yo voy a ser o yo soy así, y no asá”.
Por
ejemplo, “yo soy fuerte” o “yo soy ingenua” o “yo soy lista” o “yo soy raro”; y
entonces vamos haciendo como un dibujo de nosotros mismos en el que vamos
metiendo dentro - como lo que hacemos
con los colores cuando pintamos con el ordenador o cuando arrastramos carpetas
para constituir una nueva o para cambiarlas de ubicación ñ vamos incorporando
pues todo lo que consideramos la propia identidad, así que dejamos fuera todo
lo que decimos: esto no soy yo. Entonces, quien ha decidido por ejemplo que es
fuerte, cuando se siente débil... o huye de la experiencia que le puede hacer
sentirse débil ( o deflecta, o proyecta o...), o dice: “esto no soy yo”.
Pero
claro, si uno puede sentirse fuerte y débil, ingenuo y perverso, raro y
normal... según con quién, cuándo, cómo, dónde... deja de estar condicionado a
tener que ser de una manera en concreto. Y en la medida en que uno deja de
estar condicionado a tener que ser de una manera en concreto, se va acercando a
ese ser cualquier cosa; a no tener que ser necesariamente de una manera en
particular para sentirse ser, o para sentirse yo o para sentirse bien,
entendiendo ese “bien” aquí como una posición de trato igualitario de lo
disfórico y de lo eufórico, evidentemente. Nuevamente ese matiz.
Pienso
en un ejemplo... Un terapeuta supervisaba conmigo el caso de un chico joven de
veinte-y-pocos años que se atormentaba mucho por ser inseguro y miedoso, y
decía: “No, es que yo soy seguro, yo no soy miedoso, lo que pasa es que me
ataca el miedo”. Y claro, ahí estaba la raíz del conflicto, porque si esa
persona se pudiera sentir (ser) tanto seguro como inseguro, si se pudiera
sentir ser tanto el “me”, como el “miedo”, como el “ataca” de la última frase (
“me/ ataca/ el miedo”), dejaría de luchar tanto, dejaría de gastar toda la
energía que gasta para protegerse de sentirse inseguro. Porque podría sentirse
ser en todos esos archivos de identidad. Porque estaría comprendiendo que una
cosa es la identidad y otra sus registros, sus formas.
Ahí
ser nada, es decir, nada en particular, sería que esta persona pudiera sentirse
ser tanto de una manera como de otra; de tal manera que se ahorrara toda la
energía que gasta para tirar afuera todo lo que viene a la conciencia o a la
experiencia que considera como “ no es yo”. Claro, si se ahorra esa energía en
la defensa -digamos- la tiene disponible para vivir. Así que puede uno vivir
con más energía en el sentido más carburante del término “energía”.
3. El terapeuta que hace
nada
Otro
aspecto de hacer nada podríamos enunciarlo, aplicado al mundo de los
gestaltitas, como que el terapeuta gestáltico (o no gestáltico) que ha
amaestrado su oficio, que ha llegado a un cierto nivel de maestría... hace
nada, o puede hacerla.
Así
que, por ejemplo, desde ese punto de vista la terapia gestáltica no sería una
terapia emocional solamente, retomemos algo del primer capítulo, porque puede
ser emocional o puede ser corporal, o puede ser cognitiva o puede ser
simbólica, relacional o espiritual; y ese nada se refiere a que no importa tanto
la técnica que uno utilice sino el cómo la utilizamos y el cómo un@ está
presente en o a través de la técnica que utiliza. Y qué resultados obtiene. Y
cómo nos sentimos con esos resultados que obtenemos. Así que ese nada puede ser
dicho como que muchas acciones son posibles fuera de lo que se entendería
clásicamente como técnica gestáltica, siempre que el terapeuta pueda estar
presente a sí mismo, presente al otro, presente al contacto y presente al
entorno o mundo.
La
enunciación de esa posición en mi formulación actual, la que vengo manejando
por ahora, sería: “Ninguna cosa en particular, pero cualquiera y entonces
ésa... o no”. Repito: ninguna cosa en particular porque no es mejor a priori un
camino que otro. No es siempre mejor el abordaje emocional que el abordaje
corporal, ni el abordaje simbólico que el abordaje cognitivo, ni sus viceversas
respectivos. Depende de los casos, de los momentos del proceso, de las
circunstancias. Que cualquiera de las intervenciones atendidas, puestas con
conciencia, pueden entonces ser útiles en principio. Y una vez elegida ésta,
entonces, puesto todo ahí... o no.
Bien,
me interesa reflejar de esta formulación, sobre todo respecto a esa parte final
de “... o no”, que ni siquiera en ese caso hay un apego total a la cosa en sí,
y eso es otra de las maneras de entender el hacer nada. En realidad es la misma
manera que vengo rediciendo de diferentes modos a lo largo del texto. Como lo
dice Cristina Nadal: “Dejarse ser en el hacer, sin hacer para ser”. O sea, con
mis propias palabras, menos sintéticas, “yo estoy haciendo esto que hago - que
es una de las formas posibles que yo tendría de expresar lo que hay ahí dentro
de mí - pero no es más valida que otra, ni menos, y podría hacerlo de esta
manera, o no. En cualquier caso estoy ahí, y no “desconecto” la linterna de la
atención global ( al otro, a mí, a nosotros, al mundo) Y veo de aprender de la
experiencia”
Volviendo
a lo de hacer nada, incorporemos ahora un texto que me parece precioso, y que
habla del concepto oriental del Wu Wei[8].
Dice:
“El
concepto oriental del wu wei (no-acción, inacción) que en occidente es tan a menudo mal interpretado, es crucial para
aquellos que están en el camino. Acerquémonos a su comprensión usando el
lenguaje mejor adaptado a los trabajos espirituales, el sánscrito. En sánscrito
tenemos las dos palabras akarma que significa “inacción”, y akarma-(x[9]) que significa “no
hacer nada”. Y dice: “En la inacción no hay esfuerzo, es natural; al contrario,
si pretendemos estar sin hacer nada hay esfuerzo. Cuando la gente se sienta a
meditar está en muchas ocasiones tratando de no hacer nada y les resulta muy
difícil, lo ven como algo inalcanzable y abandonan su practica. Cuando estamos
inactivos, por el contrario, no hay esfuerzo ninguno. La inactividad viene tras
un proceso de relajación y abandono, no tras un proceso en el que intentamos
imponernos a nosotros mismos algo como la inmovilidad. La inmovilidad perfecta
solo puede coexistir con una perfecta relajación, con un perfecto abandono en
el Tao, en la providencia, en el fluir de las corrientes cósmicas. Se llega
pues al Wu Wei, a la inacción, a través del camino de la relajación y el
abandono de sí mismo, no se llega a través del camino de la ciencia, la moral o
la religión o esforzándonos en algo, simplemente relajación y abandono en el
Tao. Esto no significa inactividad, si el Tao requiere de nosotros una actividad
cualquiera, por supuesto la realizamos; y en la acción respetamos la no-acción.
La flor durante la floración está en Wu Wei, no hace nada, simplemente es una
flor y florece. Si la flor tuviera una mente similar a la humana comenzaría a
preocuparse y preguntarse: ¿de qué color
serán mis nuevas hojas¿ ¿Podría acelerar mi proceso con un poco de
fertilizante¿ ¿Dónde venden el fertilizante¿ ¿Cuánto cuesta¿ ¿Qué dosis debería
emplear? ¿Seré mayor que la flor de al lado¿ Este árbol de ahí no me gusta
¿cómo podría hacerlo desaparecer¿ etc, etc... Y empezaría a intentar estirarse
para engrandecer sus pétalos y quizá aprendería Tai-chi para favorecer su
proceso de crecimiento. El humano crea muchas más entidades mentales que una
flor y dirige su actuación de acuerdo con estas entidades mentales, en muchas
ocasiones en una dirección diferente a la del
fluir del Tao en ese momento. Esto genera Karma. Es el pecado en nuestra
religión judeo-cristiana, si uno no actúa de acuerdo con el fluir del Tao está
pecando. Si uno trata de permanecer inmóvil durante cuarenta minutos y el Tao
le requiere para danzar de alegría, está pecando. Por el contrario, cada vez
que actuamos según el fluir del Tao eliminamos Karma, lo borramos”.
Resumo,
así pues.
Me
parece que hacer nada es una forma de hacer en la que no nos depositamos del
todo en la acción; que cuando hay acción tenemos presente el contacto con
nosotros mismos, con el mundo interno y con el mundo del contacto, y cuando no
hay acción tenemos presente que podría haberla. Hacer nada en particular
significa entender que no hay una acción necesariamente mejor que otra, y hacer
lo particular con conciencia de lo general. “Actúa localmente, piensa
globalmente”. Significa no depositar el ser en aquello que hago o en el
resultado de aquello que hago. Es como: “yo soy de todas formas - en ambos
sentidos de la frase [de todas formas][10]
- haga esto o haga aquello, haga bien o
haga mal. Haga o deje de hacer, de todas maneras sigo siendo. Aunque con
consecuencias y aspectos diferentes, claro”.
Hacer
nada es el lugar de mirar ahí delante, mirar ahí delante al tiempo que no
pierdo la panorámica global, la mirada panorámica del Don Juan de Carlos
Castaneda, la “mirada de pajarito” de las artes marciales. Es mantener un tipo
de contacto que puede sostener varias figuras al mismo tiempo, sobre un fondo
siempre en movimiento, en el que no me apego a aquello que está ahí pero al
mismo tiempo estoy ahí.
4. Hacer nada, así pues.
¿Para
qué sirve hacer nada¿ Yo creo, como antes dije, que básicamente lo que da es
libertad o mayor libertad interna. En la medida en que puedo llegar - quien
llega - a ese punto, me parece que lo más claro es sentirse libre, o más libre.
Y desapegado de las formas. Es también que las cosas no son tan diferentes
entre sí, no hay cosas tan diferentes si podemos ir más allá de la forma, del
aspecto (aparente) de las cosas. Hay algo más común que las une y que en
realidad no es tan diferente ir por aquí, ir por allá, hacer esto o hacer
aquello, hecho con esa actitud de la que vengo hablando y que los gestaltistas
conocemos, desde luego. Sustenta nuestro hacer.
Hacer
nada sería lo opuesto a poner intención, siempre que sustituyamos la intención
por la presencia. Quitar intención en el sentido de desapegarse de querer
conseguir algo concreto, “por encima de todo”; o querer conseguir algo que me
beneficie sólo a mí, o que pase esto para que luego pase aquello, exactamente
en ese orden y no en otro, “que para eso soy yo tan listo...”, por ejemplo.
Pero
si lo contrario de intención es pasotismo no se trata de eso tampoco. No se
trata de pasar de nada, en el sentido popular de la expresión. Cuando uno hace
nada puede estar apasionadamente haciendo nada. Es decir, apasionadamente
haciendo cualquier cosa, como terapeuta o como persona, con la que pueda
guardar el contacto global, en la que yo pueda estar ahí presente, y dejándome
nutrir con el hecho de estar haciendo eso. Punto. Sin más.
Hacer
nada es muy difícil, resultará evidente al lector si no lo era ya previamente,
a eso me refería al principio del capítulo. Es como una especie de sorpresa que
ocurre después de mucho trabajo de hacer y de no hacer. Entonces, a veces, te
encuentras con que estás en un hacer nada de ese tipo. O en un no-hacer que
está produciendo algo que es “todo”, en el sentido de algo inmensamente mayor
de lo esperado, como si se hubiera generado una inesperada progresión
geométrica de energía de una pequeña semilla, mucho... Como cuando le
preguntaban a Jhon Lennon que qué hacía Yoko Ono en la orquesta y aquél decía
con sorna que “simplemente, deja pasar el aire” ( refiriéndose a que se
encargaba de los instrumentos de viento, claro)
Creo
que para poder llegar a ese estado ideal, que es un regalo de la vida, una cosa
que a uno a veces le puede llegar a suceder y a la que podemos llegar a
sucederle ñ con aptitudes, trabajo, Trabajo y Gracia - es necesaria me parece
toda una tarea previa y dedicada de reducción del hacer. Pero cuando reducimos
el hacer, algo con lo que nos encontramos normalmente es vacío, angustia y
ansiedad, entre otras cosas. Entonces, en la medida en que vamos conviviendo
con el vacío, vamos aprendiendo a cohabitar con la angustia, haciéndonos amigos
de la ansiedad, ahí puede llegar a producirse un estado en el que necesitamos
hacer menos. También frecuentemente nos encontramos ahí con la depresión; en
este hacer menos un@ se encuentra fácilmente con el agujero negro, con la Noche
Oscura. Entre otras consideraciones y factores, porque deprimimos la excitación
necesaria para la vida y almacenamos (innecesariamente), o desviamos
deflectivamente, una gran parte de la energía. En la medida en que nos vamos
quedando, vamos aprendiendo, mirando, vamos estando ahí... ya no condicionamos
el hacer a la cantidad sino a la cualidad del mismo, entendiendo aquí cualidad
como esa actitud doble de estar comprometido y desapegado. Pero sin una
reducción del hacer como paso previo no creo que eso sea posible. O sólo en muy
contados y excepcionales casos quizás.
5. Una consideración
final
...Y
el corazón, claro... Y el cuerpo, claro. ¡Cómo no¡ Todo esto no funciona, no
tiene ningún sentido “verdadero” si no hay un corazón compasivo, depurado,
transformado y generoso que esté ahí calentando, humedeciendo y dándole tono a
ese hacer nada. Si decía que sin una cierta reducción previa del hacer me
parece difícil llegar a ese hacer nada, sin un corazón con experiencia del
dolor y de la alegría, del vacío y del desierto, del éxtasis y del infierno
amoroso, de la expansión y de la contracción emocional, de la baja resiliencia
o de la rotura simbólica... todavía es más difícil. Vamos, sinceramente me
parece imposible en el sentido que he venido dándole a la expresión. O posible
pero dañino, que es peor. Dañino porque cuando el corazón se ausenta aparece lo
peor de la máquina: el sadismo, el narcisismo ciego, el abuso, la violencia...
Y
por la misma razón y para acabar, algo similar ocurre con el cuerpo. Para hacer
nada me parece que hace falta un entrenamiento corporal en aspectos como la
meditación ( la experiencia de conocer sensorialmente el vacío, por ejemplo),
el manejo y control de la respiración, haber instalado formas personales de
desbloqueo muscular, el aprendizaje de la relajación muscular sobre todo en
situaciones de stress para saber ponerse blando; el sostenimiento óseo,
articular y muscular de la vibración en experiencias de expansión; el contacto
profundo con los ritmos corporales sutiles y con los micro-movimientos
espontáneos o parasimpáticos; la experiencia de la explosión catártica y el
regreso al estado habitual u ordinario de un modo engrasado. Etcétera. En
definitiva, una estructura corporal sostenedora, blanda y afinada que sostenga
la enorme transformación de la conciencia que puede llegar a producir el
aprendizaje y la experiencia de hacer nada.
“El que
se vuelve nada, en Él se perderá.
El mosto puro volverá al corazón de la
tinaja.”.
Nurbakhsh[11]
[2] www.luiseduardo-aute.com
[3] ¡Ay, Memo, qué fortuna el haberte encontrado
en la vida... ¡
[4] Borges, J.L.: Historia de
la eternidad. Alianza. Bolsillo. 4ª reimpresión. Madrid. 1999. P.21-22
[5] Es un falso catalanismo
que aprovecho para hacer con él un juego de palabras. Significa algo así como
mirar fina o escrupulosamente. Aunque en catalán prim es fino, pero también
delgado. Así que también podríamos traducirlo como mirar ajustadamente.
[6] Perls, F.: Sueños y existencia. Cuatro Vientos. Santiago
de Chile.1974. P.69
[7] Rams, A.: Clínica… Obra
citada De hecho el asunto es bastante anterior. Con 16 años escribía una obrita
de teatro, de esas que se representaban en el colegio, que se titulaba
precisamente así: “Nadie”.
[9] No dispongo en este
momento de esa segunda palabra. No aparece transcrita.
[10] Es decir. 1. En cualquier
caso, de todos modos;
y 2. De
todas las formas posibles
[11] Diego, C. Y Piruz, M.:
“El simbolismo de la copa. Adaptación de la obra del Dr. Nurbakhsh”. Sin más
referencias. Supongo que tomado de Nurbakhsh, Javad: Diwan de poesía. Ed.
Trotta. Madrid. 2001.
Comentarios
Publicar un comentario